Mayte Martín, ten cuidao...que gusta.


Seguro que algunos catalanes rabian de dolor cuando los hijos de su tierra entonan por seguiriyas como si toda Andalucía se encerrara en sus tripas, al igual que muchos sureños se rascan sus complejos de celos, al sentir el cante por toná en voz de un catalán, que da lecciones de jondura en cada nota.

Pero la realidad, es que la furia de los dioses se encarnó en el cuerpo de una gitana de Somorrostro, Carmen Amaya, y el encanto celestial de la música flamenca en su paisano, Miguel Poveda.

Aunque, hoy, quien me arrastra a escribir, tiene cuerpo de mujer, y suena a cante de etiqueta, de clase magistral. María Teresa Martín Cadierno, Mayte Martín, imprime intimismo y buen gusto a todo lo que echa mano. La sensibilidad de su cante hiere con el ansia del amor nuevo pero no mata, sensible pero macho, duele lo justo para disfrutar hasta el infinito.

Es posible que posea una letra demasiado bonita como para escribirnos la tragedia que teme nuestra inconsciencia pero acomoda el alma en el asiento de la dulzura.

El flamenco se convierte en un arte grande cuando incorpora cualquier discurso estético a través de un único lenguaje, en este terreno Mayte engrandece nuestro arte, nuestro cante.

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