Un nudo en la garganta

El pasado lunes se rindió un homenaje póstumo a la figura y persona de Fernando Fernandez Pantoja, Terremoto Hijo, en el Teatro Villamarta. Os dejo un artículo de Francisco Sánchez Mújica publicado en el Diario de Jerez, con una tremenda carga emocional y que resume el sentir de la afición flamenca tras la pérdida trágica del cantaor jerezano. Merece la pena.



Querido, admirado y recordado Fernando: sé que estabas revoloteando entre bambalinas, recorriendo plateas y butacas, apretando los dientes para que no se oyeran tus oles furtivos. Sé que estabas allí presente, de un modo u otro. Y aun sabiendo de tu presencia, etérea, ubicua, no quiero dejar de contarte como lo viví. Fue algo bullicioso pero íntimo, simple pero complejo, sobrio pero elegante, triste pero muy alegre. Fueron tantas y tantas emociones las que se entremezclaron para recordarte el pasado domingo en Villamarta… Ese espacio que llenaste tantas veces de aplausos sinceros… Fue tan paradójico escuchar tu cante tan lejano pero a la vez tan cercano. Te vi en brazos de tu pare Fernando, soplando las velas de chico, con el capirote rojo terciopelo y la cruz de Santiago en la capa blanca del Prendi, de gira, con tu gente del Colmao, con tus amigos Miguel, Morao, Alfredo, en directo, en estudio… Las imágenes de toda una vida se agolpaban al fondo del enlutado escenario y tú, Fernando, te revolvías por unas seguiriyas que se clavaban como puñales en el pecho. Y qué seguiriya vino después, Fernando.


Ese chaval de Badalona te lloró por seguiriyas y crujió medio Villamarta. Yo no me lo explico todavía, pero sacó unas fuerzas de la boca del estómago que destilaban una pena negra de Manuel Torre que no se las conocía. Te juro que nunca lo vi revolverse de ese modo, hasta saborear sangre y tierra en su boca. Echó el resto con la cabal del Tuerto de la Peña y soltó los cabos del muelle de un vapor que, como Poveda cantó, se había llevaíto “a Fernando de su corazón”. Cantó esas bulerías tan contemporáneas que compusiste, Luz en los balcones, y una vez más sonaron frescas, radiantes pero impregnadas por la nostalgia de tu ausencia terrena. Pero como lo espiritual pudo a lo físico, casi te apareces con Miguel para cantarle, en pleno carril hasta Sanlúcar, por cantiñas de las Mirris tras los elogios que te dedicó. Juró que tú eras en este mundo de envidia y codazos “de los poquitos a los que se les veía venir de frente” y que te fuiste pa’ arriba siendo “genio del cante y con una mentalidad muy abierta”. Poveda dijo más cosas al público pero te las resumo así: “Fue un cantaor que nos hacía falta”. Y como te conocía bien y sabía que eras de natural alegre y optimista se fue cantando por alegrías y bulerías de Cai.



Luego volvería a darse por entero al escenario en un mano a mano con el genio de Diego Carrasco en un tema compuesto por este loco maravilloso: Se le fue la vida. Su compás es sobrenatural, lo sabes de sobras, y ese Tate regular de voz puede ser igualmente un tsunami, pues lo que se escapa por arriba lo mete por los pies. Eso es electricidad y no lo que cobran ahora en los recibos. Se dio unas patás a tu memoria antológicas y zigzagueo con su voz burlona en Oliva y naranja, rescatando perfumes y esencias olvidadas. Con su gente, Diego fue una vez más el ilusionista del soniquete: tan hipnótico, tan mágico. Valió la pena no perdérselo porque poquitos como él nos van quedando, tan auténticos, tan libres. Un chispazo que te hace volar y olvidarte de todo lo malo. Ese hombre es único, qué te voy a contar…

Y hablando de gente única. Cómo cantó tu tía Juana, Fernando. Esa señora del cante ensanchó su pecho y abrió su garganta de lija para quejarse profunda por soleá como sólo ella sabe quejarse por soleá. El añejo metal resonó hasta el semáforo del Volapié, allá en tu barrio de La Asunción. Se le vino a la cabeza la letra de Fernando de Triana a la muerte de la Serneta, se acordó de Juan Talega, de las soleares trianeras de José Illanda… Ese eco estremecedor de Tía Juana daba aire al paseíllo de tu primo Antonio. Los dos de rojo, enfrentados, fueron mezclándose para que la planta del bailaor quedara en primer plano. Y El Pipa se rebuscó a base de bien. Observó arriba, merodeó, te miró y zapateó con rabia, como dolorido. Con su chaquetilla forrada de lunares hecha una bola en la mano, Antonio sudó y bailó a la pérdida, a la impotencia, pero también al fuego de sentirse vivo en sus expresivos desplantes por bulerías. Se fue agarrado a la cintura de vuestra tía; ambos en un paso a dos volcánico, cien por cien jerezano. Qué momentazo, Terre.

Y después sonaron las cuerdas de Alfredo —eché de menos al otro Lagos, uno de tus cómplices—. Como ese guitarrista vive en permanente estado de inspiración, se escuchó exquisito una vez más. Otra vez. Con Israel acompañándolo a compás y dándole su espacio. Cuántas veces te habrás subido al escenario con esa pareja… ¿Qué ‘edad de oro’, verdad Fernando? Por cierto, Galván la lió en los ramalazos de baile genuino e intransferible que ofreció. ¿Qué cosas se le ocurren, eh? Nadie como él para bailarle a tu ausencia física, a los silencios del más allá para arrastrarlos al más acá. Es pura poesía en movimiento. Metafísica. Remates imposibles y poses insólitas de un compañero de fatigas que, como tú, siempre ha querido trascender, llegar hasta la médula con un genio creativo al alcance de unos pocos escogidos. ¿Fueron fandangos, malagueñas o verdiales lo que bailó? Lo mismo da, este sevillano que te ha llevado por tantos lugares insospechados de la geografía mundial baila hasta a la carta de ajuste. Pero que no te haga más tocar con los nudillos en una caja de pino, que ya se le ocurrió una vez y no veas qué mal bajío, Fernando. Son las cosas tan naturales que se le pasan por la cabeza a ese muchacho tan inquieto, ¿verdad?



Habrá que cantarle a la vida, pero también a la muerte para acordarnos de que estamos vivos. Será eso. Y de eso creo, entre otras cosas, que va esto de lo jondo, ¿no es así? Porque yo, pese a la desolación y el llanto de que no estuvieras presente físicamente, vi celebración al final de la noche. Con una legión de artistas que te lloraron por bulerías de tu tierra. Porque sabes que en esta bendita tierra, por muchos palos que nos llevemos, el final siempre es el estallido dionisiaco de la fiesta. Estuvo al frente del cuadro tu inseparable Antonio Higuero, a quien creo que debieron darle más espacio en la gala homenaje. A decir verdad, faltaron artistas que seguro que hubiesen querido estar presentes aunque ya sabes cómo son estas cosas:son los que están y están los que son. Ni más, ni menos. En el definitivo fin de fiesta se trataba de que sobresaliesen las voces del futuro, algunos de tus legatarios, gente que se preocupa, que estudia, que da la vida en cada tercio, como Pedro de la Fragua, que deja de ser ‘el niño’ para ser una voz adulta en el flamenco de hoy, al que tanto contribuiste. Cuánto tienen que aprender los jóvenes que se abren hueco de tu inquietud…

Me despido ya Fernando, no sin antes recordarte que este domingo pasado de octubre, con cielo grisáceo de entretiempo, como quejumbroso, te impusieron la insignia de oro de las peñas flamencas de la ciudad por indiscutible unanimidad. Como dijo tu buen amigo José Mari Castaño, que condujo con agilidad el espectáculo, no fue una designación a título póstumo porque estaba decidida antes de tu partida. La recogió tu hermana Luisa, quien junto a Juana, tu otra hermana, trató de expresar entrecortada el profundo agradecimiento que sentía tu familia al ver cómo Jerez se había volcado contigo en este réquiem flamenco en el Villamarta. Dijo que la medallita de oro sería para tu hija María, que digo yo que al tener la herencia de tus genes tendrá por narices que cantar bien. Ya lo veremos Fernando. Todo a su tiempo.

Y aquí me quedo, Terre: con un nudo en la garganta, tecleándole a tu eco inmortal, consciente de la fragilidad con la que este pueblo recuerda a sus hijos más destacados, pero seguro de que siempre estarás presente en las habitaciones de la memoria de los mejores y más cabales aficionados. No te quepa duda de eso. Gracias por darle tanto al flamenco. Hasta luego

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