Flamenco, entre oriente y occidente



En el teatro central y con olor a tierra mojada se dio cita, el pasado jueves, gran parte de la élite artística flamenca para presenciar el espectáculo “Alejandría, la mirada oblicua”, entre otros Ortiz Nuevo o Israel Galván, siempre pendientes de las últimas tendencias flamencas. La propuesta, idea de Elena Carrascal, navega entre la danza, el teatro y el flamenco. Precisamente, el hermanamiento entre culturas, la fusión de bailes y músicas, entre occidente y oriente, es la idea central o principal esta obra.

A través de textos clásicos de Plutarco u Homero, se narra la visión de Olimpia, a punto de ser lapidada, sobre la relación con su hijo Alejandro “El Grande” y la propia vida de éste, desde su conquista de Egipto y la fundación de la ciudad de Alejandría, hasta sus relaciones amorosas y de amistad. Un periodo demasiado extenso como tiempo de escena que convierte la obra en una relación de pasajes sin mucha conexión entre sí. La figura de un narrador, Juan José Amador, representando a Casandro , propio conspirador de la muerte de Olimpia, va situando al espectador en el lugar y el momento que se pretende contar. Lo hace a través de cantes flamencos con eco y sonido profundo, utiliza estilos apropiados para la narración como son el romance, la giliana o la trilla, pero se sirve de un vocabulario demasiado alejado de la estética flamenca, con palabras como Oráculo, catástrofe, serpiente u obstáculo que da impresión de impostura.

El baile conforma el núcleo de la obra, representando cada pasaje a base de una coreografía muy trabajada y complicada, metafórica, de difícil entendimiento, bella por momentos y ajustada en naturaleza, emoción y ritmo, a la música. Un esfuerzo titánico, sobre todo el de Juan Carlos Lérida, Alejandro, y basado en la danza clásica, contemporánea, el flamenco y los bailes raciales de oriente. Al igual que la música, en un segundo plano sobre el escenario, que recordaba por momentos los trabajos de Radio Tarifa, con esa “orientalización” musical del propio flamenco, oliendo a especies de la India, China o Turquía.

Quizás no cuento con la sensibilidad y conocimientos necesarios para valorar este tipo de propuestas, pues la densidad de la obra tanto en argumentación como en elementos musicales, teatrales y de expresión corporal hace difícil su comprensión, y a través de éste, su disfrute.

El flamenco, desnaturalizado, solo es un elemento más en este conglomerado, como lenguaje o técnica de base, pero no como arte, ya que no hay hueco para que se cuele la improvisación ni el duende. Con todo me alegré de presenciar este experimento “Tavoriano” que me hizo pensar, cavilar, removiendo mis ideas cumpliendo uno de los principales objetivos del arte.

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