Paco de Lucía, califa en Córdoba.

Encontrarse un auditorio con alrededor de 5.000 personas deseosas de disfrutar con una guitarra flamenca es todo un placer y más, cuando es una ciudad andaluza la organizadora, aspecto bastante curioso cuando tratamos de nuestro arte jondo.
El pasado sábado me trasladé desde El Puerto de Santa María hasta la ciudad de Córdoba, uno de los cientos de lugares mágicos con los que cuenta nuestra tierra.
Una noche calurosísima nos abrió los brazos como segura del placer que nos haría sentir.


Antes de dirigirnos al teatro La Axerquía, nos introdujimos en la parte amurallada de la ciudad a través de la puerta de Sevilla, serpenteando llegamos a la asociación de vecinos "Amigos de los patios", donde disfrutaríamos de un tapeo a la luz de una luna llena(o casi), que decor4aba por sí sola toda la ciudad.

Por supuesto y como de costumbre, llegamos con la hora justa a un auditorio repleto de aficionados a la guitarra y al flamenco, y que desprendía fuego por sus gradas tras un día de sol despiadado.
El mayor artista flamenco de la historia, sostenía la sonanta entre sus brazos, como un mueblo antigua de caoba, como un baúl repleto de músicas imposibles y deseosas de salir a través de los dedos del druida, un señor mayor introvertido y con el secreto de la matemáticas musicales entre sus sienes plateadas.
Todos los que conocemos la obra de Paco el de la Lucia, reconocimos cada una de la piezas que interpretó aunque todas eran versiones distintas a las grabados por el maestro.
Soleá, seguiriyas, bulerías, alegrías, tangos, rumbas, Almoraima, Cositas buenas, Fuente y caudal...volar, volar, yo quiero volar a mi aire, ay, ay, volar, volar, yo solo quiero volar.
El cemento de las gradas del auditorio emanaba fuego como sí estuviera el mismo infierno debajo del teatro, pero el demonio, el diablo estaba en una armónica serrana, más flamenca que un tomate con sal y que compartió protagonismo con Paco, Antonio Serrano demostró que clase músicos arropan al maestro.
Las voces de Duquende y David Maldonado al servicio de la guitarra algecireña, de sus notas, de sus tonos, aunque levantaron olés del respetable, sus tercios eran adornos a la música y nunca cante verdadero.
"El piraña" es un reconocido percusionista que domina el compás, como el que respira, y pinta de ritmo el ambiente sin que nadie repare en él, sin protagonismo, algo muy difícil en un percusionista.
Alain Pérez debe tener las yemas de los dedos de cuero del bueno para sacarle al bajo los sonidos flamencos y jazzísticos que redondeaban la música que este exquisito grupo generaban bajo las estrellas cordobesas.


Uno de los más aplaudido fue "El Farru", hermano de Farruquito y heredero de los movimientos viriles, brazos en alto que patentara Farruco y que tiene tras de sí escuela familiar para varias décadas. El Farru, estuvo gitano, macho en sus poses, gracioso en sus formas y preciso en el compás de unos pies alocados y fuertes, seguros de su sentido rítmico.


Pero todo estaba preparado para Francisco Sánchez Gómez, Paco de Lucía, con su timidez y su genialidad dejara a todo un auditorio deseosos de escucharlo de sentirlo, de tararear "entre dos aguas" por los siglos de los siglos, entre dos aguas no se quedó nadie, todos los flamencos nos vamos a tu lado maestro, ni Vicente Amigo, ni Tomatito, ni nadie de los que disfrutamos de tu sonido.
Para salir del teatro con una sonrisa sabionda, "El carpeta", el último farruco del clan, un niño imberbe e infantil, desató su genio bailaor para demostrar al mundo jondo que quedan muchas patás gitanas por bulerías a compás.
¡Ea! para el Puerto otra vez, con los gitanos del penal y el jueves a Cádiz al baluarte con los del Mellizo.