La inmensa mayoría de los amantes del arte jondo, en la soledad de su cuarto no dejan de intentar hacer el cante, el toque o el baile que mejor se adecuen a sus cualidades, si las hubiese, o a sus gustos.
Sí es usted uno de ellos, párese por un instante a pensar, cuanto tiempo a dedicado en ser capaz de entonar un tercio por seguiriya, un fandangazo o esa letra por soleá que le conmueve el alma sin obtener resultado alguno. ¿qué no daría yo por sacarle a una guitarra la música de una taranta o a mi cuerpo una patá por bulería o que saliera de mi garganta el sonido de una toná trianera que se confundiera con la de Tomás? Pero tres vidas puedo consumir en el intento que al duende no le veo ni las orejas.
Pero existe otro tipo de aficionado que estando loco por lo flamenco y teniendo facultades, rasgo, arte o metales preciosos en sus adentros no gustan del mundo exhibicionista del espectáculo, simplemente expresan sus anhelos, sus esperanzas por medio del cante.
No pide dinero por sus tercios pero a cambio elije su auditorio y su momento cuando le viene en gana. Suelen preservar el cante aprendido por tradición oral ya que su comportamiento es social y aprendido dentro de una comunidad concreta, y no solo la melodía y los compases sino la forma de sentarse, el gesto de la cara o las manos e incluso la bebida que toma o el turno jerarquizado de cante en una reunión de cabales.
A ellos va dedicado este artículo porque al fin y al cabo sustentan gran parte de la cultura flamenca y generan afición allí donde pisan, sin pedir un duro ni a políticos ni a empresarios y derramando néctar del mejor cante flamenco. Va por ustedes maestros.
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