Me lo dijo Camarón, me lo dijo Camarón.
Hacía tiempo que no escuchaba algunos discos de Camarón y al hacerlo de nuevo me han traído recuerdos del principio de mi juventud y de mi afición, cuando distinguir entre una malagueña, un tiento o una soleá era cosas que ni me planteaba, solo escuchaba el cante por entretenimiento, como fuente de sentimientos dormidos en mis adentros locos por despertar.
Aunque mi pasión por José Monge se ha ido convirtiendo en amistad y cariño, como en los matrimonios bienavenidos, en aquella época, fue el motor de mi afición por este arte. Pertenezco a una generación marcada por el cante afinado, acompasado y fresco de uno de los últimos genios de nuestra España.
Mis cintas de cassette y mis CDs del monstruo de San Fernando se quedaron mudos de las pasadas que le di. Me sabía de memoria casi toda su discografía y lo consideraba el más grande.
Su trasmisión por bulerías endiabladas, el eco de sus fandangos, la afinación de sus soleares, el lamento angustioso por seguiriyas, la lentitud de sus últimas alegrías y sobre todo la revolución con los tangos añadiéndole dolor y flamenquería al palo festero por excelencia de principios de siglos retumbaban en mi mente cada noche.
Con el tiempo, y una vez sumergido en las aguas flamencas de la historia andaluza, Camarón lo he encuadrado junto a una importante nómina de cantaores que por unas u otras razones, habitan mi propio olimpo flamenco. Pero fue sus formas cantaoras la que me llevaron a i9nteresarme por esta música, por este arte impar e inigualable que no cesa de evolucionar ni de trasmitirse de unos a otros desde Jerez a Bruselas, desde Mairena a Tokio, desde Triana a Buenos Aires. Por tu culpa aquí me tienes a las tantas escribiendo y escuchándote, ya se me ocurrirá algo para agradecertelo, José.
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