Eduard Punset, la luna y Camarón.


Que el corazón nos engaña, es una afirmación con la que tarde o temprano todo aquél que posee uno, que no es todo el mundo, la ratifica. Pero que el cerebro utilizando la razón es más embustero que pinocho nos causa más sorpresa.

Unos días atrás, leí un artículo en un dominical, en el que Eduard Punset, que ange tiene poco pero sabe de ésto como el que lo inventó, afirmaba la ojana que gasta nuestro cerebro, como en la percepción del tamaño de la luna dependiendo de los puntos de referencia con los que cuente. Es decir, que la luna siempre es igual de grande o de chica, pero si se encuentra en el horizonte, y tenemos alguna montaña, campanario o torre con la referenciarla, creeremos que es mayor que si la observamos en lo alto del cielo.

La verdad, nunca me había planteado porque razón la luna cambiaba de tamaño, en el cole sólo me explicaron porque menguaba de forma. Lo que si ha estado muy presente en mis recuerdos es la maravillosa luna de aquella noche cualquiera de mi niñez, la luna más grande, blanca y hermosa que vi jamás. Después de una fría tarde de invierno acarreando leña para la candelora(fiesta común de los pueblos sevillanos alrededor de una hoguera cada 2 de febrero)que mi pandilla prendía en el foso del castillo, precisamente llamado de luna, nos chivataron la intención de otra pandilla, ésta mucho más temible que la nuestra, “los concheleros”, llamados así por reunirse en la fuente de Alconchel, de robarnos nuestras reservas compuestas por ramas de almendros y olivos, y “palés” de ladrillos, para remediarlo preparamos una emboscada con trampas de cuerda entre olivo y olivo, en cuyas copas, los esperábamos con bolillas de barro, como proyectiles y varetas como armas. Pero un ataque masivo inesperado con huevos nos hizo huir como locos en dirección a la casa palacio, desde la cual, y mientras más nos acercábamos, iba apareciendo una inmensa, blanca e impresionante luna que se grabaría a fuego en mi mente. Fue como ponerle cara al satélite, como conocerla eternamente.

Ya en mis años universitarios, Camarón de la Isla regaba el germen flamenco que anidaba en mi pecho desde siempre, a base de fandangos, tangos y bulerías. Cada vez que retumbaba en mis sentidos aquella letra suya en la que le pide a luna que no lo dejara solo, yo le ponía cara a la misma, la reconocía, sabía con quién hablaba el gitano rubio de San Fernando, y la imaginaba brillando en los mares oscuros. Ojalá todas la mentiras fueran como la que me coló mi cerebro aquel día en mi niñez.

Ay luna que brilla en los mares
en los mares oscuros
luna, tú no estás cansá de girar al mismo mundo?
luna quéate conmigo
aún no te vayas
porque dicen que a veces
se tarda el alba.

Camarón de la Isla. Bulerías.

1 comentario:

  1. Hermoso y emotivo relato, Pedro. Espero que nos siga iluminando la luna por mucho tiempo y que los recortes no lleguen a su luz. Hablando de la luna que brilla en los mares, te dejo un enlace de mi blog en el que le dediqué un poema a Selene. Un abrazo. http://sobreeltablao.blogspot.com/2011/06/el-velo-de-selene-breves-impresiones-de.html

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